jueves, mayo 06, 2004

El doctor en su laberinto – Laberintitis

Ya la voy a encontrar.

Se levanta con todo el pelo apelmazado, y puede escucharse cada inspiración gracias a las narinas llenas. Sus ojos a la mañana son prestados, son dos horas de aumento de su fealdad que le recuerdan que su turno tarde en el secundario fue un golpe de suerte. La boca se abre para intentar evadir ese zumbido nasal. Ese es el momento en que surge un nuevo trueno, con cada espiración la angustia torácica chilla. Lagañas: no sabe, no contesta. El aliento matinal lo obliga al lavado rápido y siempre con agua caliente, sin importarle si sus encías lo sufrirán en un futuro. No tiene nada que hacer fuera de su casa. La nebulosa que esquivo por unas horas comienza a aparecer de nuevo. Pero ya no se esta regodeando de tenerla como satélite asimétrico. Parece que la nube espesa va a desaparecer por decreto, parece que si hay que pagar coimas él está dispuesto. Parece que los ojos tienen otra expresión, parece que el moco se va. La angustia está, pero que se esconda en su cueva al fondo de los alvéolos.
Es que de repente me acordé de Elie Wiesel, y después de eso hay ciertas cosas que uno no se puede permitir.

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